Amada María Otero Rosas se debate entre superarse y separarse. O al revés, porque su separación de Leonardo es el punto de partida de una tormentosa historia que ella como buena protagonista, está obligada a superar. Sus cinco años de matrimonio más que un lustro fueron un lastre. Un túnel oscuro del que sale sin hijos, sin casa, sin carro, sin nada propio, porque hasta su amor propio se lo lleva en el divorcio el aprovechado, un tipo que a pesar de todo no podemos odiar porque es lo que las mujeres llaman “¡un hombre encantador!”. Y no se equivocan: Leonardo es un “encantador”, pero de serpientes y hace ya algún tiempo sostiene una tormentosa relación con Linda Arbeláez, su amante y aliada para hacer las delicias de la historia, que casualmente son las desdichas de Amada. ¿Definir más a Linda? podríamos, pero a riesgo de caer en imprecisiones. Con ella las opiniones están divididas: Las señoras la desprecian por lo mala y los hombres la admiran por lo buena. Pero tiene lo necesario para ser una mujer sexitosa: una mente retorcida y 95 de busto con posibilidades de ampliación. Amada sale del matrimonio en ruinas porque, para más colmo, su ex esposo y la vieja que se lo quita, son sus compañeros de trabajo en Velvet, empresa de cosméticos que debe abandonar, renunciando a su carrera como ejecutiva de ventas. Pero esas no son penas porque nuestra protagonista está dispuesta a salir adelante, así toque hacer malabares en un semáforo, ser estatua humana o vender minutos de celular a $400. La historia se pone mejor cuando la mansa paloma, o sea Amada, saca las uñas: porque ¡cuál separación civilizada! Mientras los otros dos andan patialegres, ella no se va a quedar manicruzada... Y menos después de que se burlaron de ella y la dejaron como un zapato. ¡La venganza se sirve en plato frío y esto lo tiene más que claro la “ex”!. Mientras pasan las vacas flacas y se consuma el desquite, Amada regresa al hogar paterno, donde es recibida a regañadientes por una familia más que unida, hacinada, que sólo le da dolores de cabeza. Esta familia está conformada por un papá que perdió la vergüenza primero que la memoria; una mamá ansiosa de enviudar; un hermano mayor muy estable (cuarenta años metido en la casa) y dos sobrinos universitarios (Jansel y Gretel) que dentro se ese circo chiquito, se sienten como dos extraterrestres. ¡Ah! y Mélany, una indomesticable empleada doméstica que llega del Magdalena Medio. Amada los adora, pero es consciente de que a ese seno familiar le urge una mastectomía. Pero Amada también tiene su soporte emocional. De su lado juegan Elsa y Margarita, dos amigas de toda la vida que la adoran y la admiran porque reconocen en ella a la candidata más opcionada para llevarse la corona del reinado de la belleza interior, en caso de que existiera, claro. Y tiene, además, una voz interior que podríamos llamar su polo a tierra, su polo opuesto, su lado oscuro, su otro yo o su conciencia. Se llama Miranda, tiene su misma cara y la visita en momentos de reflexión ya sea para orientarla, para desorientarla o para todo lo contrario. La historia tiene final feliz. Animada por sus amigas que le descubren el don del consuelo, Amada funda en su propia casa una agencia matrimonial que, a pesar de la ayuda de su familia, alcanza el éxito, y la lleva además a presentar su espacio de orientación sentimental en televisión: “Amada, experta en amores”. ¿Y el amor? Bueno, Amada es demasiado humana para no sentirlo. Al final lo encuentra justo donde debió haberlo buscado desde el principio. (The Ex).