En la calle no hay persona que no sepa el papel que ocupan en la sociedad. Muchas mujeres las ven con envidia, casi todos los hombres, con gran atracción; las abuelitas hasta se cambian de andén con indignación. Pero las ven. Se hacen notar. Y es que es imposible no fijarse en ellas. Son únicas. Hermosas. Buenonas. Voluptuosas. Pasan por el quirófano con regularidad para hacerse la mamoplastia, gluteoplastia y liposucción, lo que en su argot se conoce sin pudores como ponerse tetas, culo y quitarse los gorditos. "No hay mujer fea sino mal arreglada", dice una de ellas con desparpajo. Y bien que lo hacen. Porque una vez logran coronar un mafioso, comienzan una carrera contra el tiempo por mantenerse espléndidas. Sí, coronar. Porque acostarse con un narco es tarea fácil, solo basta estar buena y querer hacerlo, pero lograr que uno de ellos la agarre como su mujer o su amante oficial es toda una proeza que muy pocas consiguen. Una vez han cumplido su meta, se embadurnan de un maquillaje que inevitablemente las hace lucir mayores y hasta ridículas, mujeres de 21 años que parecen de 31. Pero lo deben hacer. Son las hembras de los duros. Las patronas. Para estas mujeres de 20 años hacerse cargo de las dos empleadas de servicio, el chofer y los escoltas que tienen a su disposición, es pan comido. Alistarle la ropa a sus maridos, ya mismo. Ocuparse de los invitados, no hay problema. Ellas son capaces de hacer lo que sea por mantener su buena vida. Volverse amas de casa es un precio que están dispuestas a pagar mientras ellos les den semanalmente los 20 mil dólares para irse de compras en sus camionetas BMW, PORSHE o MERCEDES. Porque una fantástica no puede andar en algo menor. No va con ellas. Que boleta! ¿Y sus familias? Bueno, depende. A algunas de ellas sus maridos les exigen exclusividad y eso significa no volver a sus casas. Pero otras no se despegan de sus mamás por nada del mundo. Diariamente van a visitarlas, a llevarles un mercado y a dejarles algunos dólares. Pero también a hablar con ellas. A desahogarse. A contarles que ser mujer de un mafioso no es tan fácil como lo pensaban. Esos hombres viven una vida tan turbia que termina por contaminarlas. Una de ellas, por ejemplo, aunque lo quiera, no es capaz de decirle a su madre que hace el amor con su esposo con lágrimas en los ojos, con asco cuando llega borracho a disponer de ella. Su único remedio es pensar en el hombre que verdaderamente ama: un narco de mediano rango con quien tuvo un corto romance hace unos meses. Pero bueno, apenas se asoma la primera lágrima cambia de tema. Sube el ánimo. Le muestra el reloj Cartier con diamantes que le acaban de regalar. Y el Rolex. Y el TechnoMarine. O le habla del paseo al Caribe con sus amigas. El alquiler del yate, la estadía en la suite presidencial del hotel. O la nueva casa que piensa comprar. Y el apartamento. Y la finca. Y si su madre quiere seguir indagando, ella se levanta, da la espalda, quiere evadir sus problemas. Porque los tiene, al igual que sus amigas del gremio. Muchos problemas. Pero a ellas no les gusta aceptarlos. Quieren seguir viviendo en esa burbuja en donde el dinero lo puede todo. Ellas son fuertes, vulnerables pero fuertes. Jóvenes para ponerle una sonrisa a los conflictos. Además orgullosas de ser lo que son. Porque se sienten únicas. Desafortunadamente reemplazables si es que sus amantes o maridos se consiguen otra y las quieren botar, como ocasionalmente sucede. Pero mientras les dura el reinado, son únicas. No hay nadie en la ciudad que viva una vida como la de ellas. Y eso las llena de orgullo y satisfacción. Son MUÑECAS DE LA MAFIA. (The Mafia Dolls).